Educación sin represión

Jaya es híper-educada, pero aprendió casi todo en base a incentivos y juegos. Cuando le doy un comando como ¡habla!, ella menea la colita, denunciando el placer que siente al recibir una orden. Porque para ella no es una orden: es un juego, una broma, una oportunidad de interactuar conmigo. Y sabe que va a recibir una recompensa, sea un bocadito o una caricia.

Los perros, las criaturas y los comandados respetan mucho más a un líder afable que a uno histérico. El autoritario piensa que obtiene respeto con sus gritos e insultos, pero no es así. Las personas sólo le obedecen en tanto no tienen medios de solapar y boicotear su supuesta autoridad. No darán su vida por él. Quien desenvuelve la actitud habitual de hablar bajo y tratar bien a todos, incluso cuando se equivocan, si un día habla un poquito más serio, eso basta para que todos lo respeten.

Usted debe conocer personas que viven dando reprimendas y nadie les hace el menor caso. Todos se ríen de ellas. Ya se acostumbraron. Se instaló la falta de vergüenza. Pero también debe conocer personas que siempre son amorosas y un día reprenden a alguien, siempre cariñosamente, y a pesar de eso el que es reprendido llega a llorar porque no quería ofender a ese líder. Esto vale para el líder de la jauría.

En mi infancia todos comentaban que mi abuelo materno no precisaba reprender a sus hijos. Le bastaba mirarlos. A mí me parecía increíble. Hasta que la vida me concedió el mismo don. Muchas, muchas veces yo no preciso decir nada. Sólo miro. Y mis colaboradores reaccionan positivamente.

Usted puede obtener eso de su perro. Cuando Jaya está acostada en la cama y yo quiero que baje, no desperdicio comandos verbales. Sólo la miro firme. Ella levanta la cabeza y me clava la mirada, como indagando: ¿Es conmigo? ¿Es para que salga de aquí? Si continúo mirándola, baja las orejitas y desciende de la cama.

Fragmento del libro Ángeles peludos», del Profesor DeRose

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