La «Timidez» de los árboles

Entre esos momentos en los que uno se deja llevar, por lo infinito de los caminos y algoritmos del mundo virtual, me topé con una bellísima imagen de copas de árboles. Resultaba ser un artículo acerca del fenómeno de «La timidez de los árboles». Quedé sorprendida, y más aún pues llamó mi curiosidad el nombre.

Nunca me había detenido a pensar que esa maravilla que nos regala la naturaleza, era un fenómeno más profundo, simplemente me quedaba maravillada y perpleja cada vez que lo he visto en vivo o en fotos. Esta timidez, es descrita como un fenómeno que suele ocurrir comúnmente entre especies arbóreas del mismo tipo, pero también entre árboles de diferentes familias, donde sus copas frondosas crecen hasta un nivel en el cual no llegan a tocarse entre sí, generando espacios entre cada copa, que les permite desarrollarse, e incluso moverse con el viento, sin afectar al resto de árboles.

Me gusta pensar que esto escapa de la timidez, puesto que al llamarla timidez, suponemos que hay una cierta cercanía que se quiere evitar fundamentada en una inseguridad, cohibición o incomodidad.

Y si lo vemos desde la otra vereda…. ¿Seguridad, coexistencia y respeto?

Estamos tan alejados en ocasiones de la naturaleza y de cómo todo se refleja en ella, que perdemos oportunidades de aprender de ella.

En este caso, si apreciamos este fenómeno desde otro lente, podemos pensar que más bien es «La Coexistencia de los árboles», un coexistir fluido, danzante, y de belleza sin igual, donde existe espacio para cada ser, de manera sutil y leve. Todos crecen, y se potencian mutuamente, con perfecta empatía.

Algunas de las hipótesis tras este fenómeno, indican que se puede dar mediante la comunicación por medio de señales de compuestos químicos, y mediante la detección de la luz que les permite optimizar su crecimiento y desarrollo minimizando eventuales daños, como por ejemplo lo sería «chocar con otro árbol».

Daría para pensar entonces que esa coexistencia también tiene un gran factor de autopreservación… de autocuidado, que lleva a esa coexistencia que se desenvuelve de manera sumamente natural, donde no se llega al daño.

¿Cómo no aprender de este hermoso fenómeno? Si aplicáramos este fenómeno en nuestra sociedad, donde el autocuidado sea consciente, y no teñido por miedos que desencadenan respuestas reactivas; podríamos desarrollar una comunicación que permita y potencie el crecimiento propio y del grupo a la vez, entendiendo que el bienestar del grupo, afecta el propio bienestar, y viceversa.

Sólo basta con entender que no hay mucha separación entre uno mismo y el resto. Basta simplemente con observar y percibir cómo el estado de ánimo de otra persona puede afectarnos para bien o para mal.

La invitación es a expandir el horizonte, y mirar cada segundo de nuestras vidas como esas tímidas copas de árboles, entendiendo el impacto bidireccional de nuestro entorno. De este modo, lograremos ser más conscientes de cada acción o inacción que realicemos, pues no sólo nos impacta a nosotros mismos, si no que también a nuestro entorno, desde el más cercano hasta el más lejano.

Nuestras acciones afectan más de lo que imaginamos a todo nuestro entorno. Y todo lo que tenemos de control, es la decisión de cómo actuaremos en la vida.

Lo que es adentro es afuera, y lo que es afuera es adentro. Al final todo va en el ojo de quién percibe y en el nivel de sutileza que logramos captar.

Texto por Macarena Salas